dijous, 1 de desembre del 2016

Escrit continuació octubre 2011...

Arribà a casa. Xop, amb les sabates plenes de fang i el fred penetrant-li dins del seu cos, com si volgués mossegar-li el moll de l'os.

Deixà caure la gavardina a terra, després el jersei de llana, la camisa... Cada peça de roba que es treia el lliurava d'un pes que només la pluja i el fang atorguen a la roba.  Es tragué una sabata fent força amb l'altre peu, però es llençà a terra per aconseguir treure's l'altre. S'eixugà el fang en els pantalons i també, finalment, se'ls aconseguí treure.

Es llençà contra el sofà i es recargolà en la manta.

-Merda!- es digué. Des de la seva posició, en el seu intent de recuperar algun bri d'escalfor corporal veia com s'havia deixat la petaca a la gavardina, tirada per terra, a l'entrada, però el sol fet de plantejar-se anar-la a buscar li produïa més malestar del que podia aguantar.

Aixecà el cap desesperadament i palpant a cegues sobre la tauleta de té, trobà un got, potser d'un altre dia o d'aquell mateix matí, amb un xarrup de licor. Se'l begué d'un sol glop i mirà a través del seu cul translúcid. El llençà contra la porta i va esclatar en mil bocins. Llavors es disposà a intentar agafar el són, si el fred i els remordiments el deixaven.

https://www.youtube.com/watch?v=sCQfTNOC5aE

diumenge, 30 d’octubre del 2016

Breakin' Good

Iridium that brights with that mystical shine

Iodine the heviest essential element.

Sulfur that burns out all my fears

dissabte, 24 de setembre del 2016

Sucre o el dia que ens vam violar l'ànima

Em va inundar una sensació d'eufòria salvatge. Tenia ganes de còrrer ràpid i sense rumb, sentir l'aire a la cara i el bronzit dels arbres al traspassar-los.

De sobte, tot plegat va canviar. El cel es va tornar d'un color rojenc. Els núvols agafaven aquell color lila i gris i res...

va tornar  a perturbar-me el cervell, era inevitable  que se'm desfessin les neurones amb aquells records, que alhora eren tan àcids i tan dolços, com qui beu el primer got de cafè del dia amb vuit cullerades de "sucre.

M.P.O

dimarts, 7 d’abril del 2015

Forbidden Lands, El Inicio, Capitulo III: Taneo y la primera sangre.

Finalmente, con el sol a media altura, los pies llenos de ampollas de tanto caminar y el alma rota, los dos supervivientes de la masacre de Verim llegaron a Taneo. En la plaza central, pasando cerca del campamento Inquisidor, encontraron una taberna, bastante concurrida a esa hora de la tarde.

Al buscar una mesa vacía, Albert se dio cuenta de que había 3 Inquisidores en la taberna. Se sentó en la mesa más alejada que pudo encontrar, cerca de la barra. Las jarras vacías de encima de la mesa denotaban que llevaban bastante tiempo en la taberna. Albert se sentó y le hizo una seña al tabernero para que se acercase. Mientras Anastassia se sentaba Albert tapó como pudo su marca en el brazo.

El tabernero se acercó en cuanto vió a la pareja sentarse, dejando la jarra que estaba limpiando en la barra:
-Bienvenidos ¿En qué puedo ayudarles?- dijo el hombre con un tono amable, pese al hedor de los viajeros.

-Gracias. Me gustaría alquilar una habitación si tienen libres. Solo para esta noche, si es posible- Albert hizo todos sus esfuerzos para parecer alguien decente a pesar de su aspecto, que era deplorable, pero no tanto como el de su acompañante.

-Mmmm… tienes mucha suerte, tengo una habitación solamente. Es algo pequeña pero económica- contestó el tabernero, como intuyendo el poco dinero que llevaban entre los dos.

Albert miró a Anastassia, ofreciéndole a ella la estancia. A lo que ella contestó:-Sí pagamos juntos nos saldrá mejor a los dos- mientras sacó el dinero. Él asintió y sacó su dinero:- Nos la quedamos.

-Por un módico precio, amigos, os incluyo además la cena de hoy- Albert sabía que estaban pagando de más por una cama que a lo mejor no utilizaría, pero era necesario guardar las apariencias: -Pues inclúyela y nos tomaremos una cena caliente-.

El tabernero volvió tras la barra, llenó dos cuencos con una especie de estofado y acto seguido se los dejó en la mesa, junto a un par de cucharas y unas llaves.

Ambos empezaron a comer con ansias, pero la chica parecía que realmente había comido mal estos últimos dias en el bosque, puesto que devoró el plato en cuestión de segundos. Tal vez la caza no se le de tan bien como yo creía… se dijo Albert.

Los Inquisidores se levantaron en cuanto acabaron sus jarras, dejando tumbado con la cabeza en la mesa a un al tercero de ellos, bastante borracho. Se mofaban de él, como si les divirtiera su estado deplorable, balbuceando cosas ininteligibles.

-¡Jajajaja! Déjale ahí. No se va a enterar de que nos hemos ido hasta mañana- dijo uno de ellos. Él otro simplemente asintió y ambos se marcharon. Entonces Albert decidió actuar. Envió a Anastassia a la habitación y ése sentó en la mesa del Inquisidor borracho.

Ocultando con todas sus fuerzas la ira y el odio que le roían el corazón, Albert trató de parecer lo más amigable que le fué posible:

-Amigo, veo que te han dejado solo. ¿Te invito a una ronda?- al escuchar esas palabras una enorme sonrisa se esbozó en los labios del Inquisidor, que levantó de golpe la cabeza de encima de la mesa.

-¡Puesh clar...ro!- contestó el borracho, golpeando con su jarra vacía encima de la mesa. Albert pidió dos cervezas y pagó al tabernero; antes de que las jarra tocaran la mesa el Inquisidor cogió una de ellas de un zarpazo y empezó a tragarla cómo si no necesitara respirar. El Inquisidor confundió sin duda a Albert con uno de sus compañeros. Albert empezó a hacerle preguntas sobre lo sucedido en Verim, controlando su ira para no hacer añicos la cabeza del Inquisidor con la mesa. Aprovechando su situación de ventaja, Albert siguió haciéndose pasar por Inquisidor para descubrir lo ocurrido en su pueblo, aunque pronto se dió cuenta de que, pese haber sido los autores de la atrocidad, solo cumplian ordenes.

- A veces no me acostumbro a esto- dijo Albert tratando de buscar la motivación del Inquisidor. - No han hecho nada malo esas personas.

-Ya… cuesta- dijo el Inquisidor -Pero las órdenes son órdenes. Si los de arriba nos dicen que hagamos esto, debemos hacerlo. Además teníamos que encontrar al manchado- susurró las últimas palabras, tratando de bajar voz. La búsqueda de Albert era un secreto que sólo los Inquisidores podían conocer.

Albert decidió dar por terminada la conversación, dejando al beodo Inquisidor con sus últimos sorbos de cerveza y se dirigió hasta la habitación donde estaba Anastasia. La muchacha le esperaba expectante.
-¿Cómo ha ido? ¿Han sido ellos? - la voz de la chica temblaba. Una mezcla de miedo y ansia se apoderaba de ella. Temblaba como la última hoja de una rama en otoño, azotada por un viento de sentimientos cada vez más fuertes.

-Sí, han sido ellos… -contestó Albert abatido. Y antes de darse cuenta, Anastasia trataba de salir por la puerta con la mira perdida. Él la cogió del brazo.

-¡Suéltame! - gritó ella. Albert le tapó la boca y se acercó a ella. Sus caras casi se tocaban, podía notar como le estaba apretando el brazo demasiado fuerte, pero él tampoco pasaba por el mejor de sus momentos.

-No cometas ninguna locura. - luego la soltó, dejando su mano marcada en su blancuzco brazo. Anastasia bajó las escaleras. Acto seguido Albert supo que había cometido un gran error al dejarla salir de la habitación. ¡No había visto cómo cogía su arco!

-¡Mierda!- se dijo a sí mismo, cogió todas sus cosas y salió por la puerta trotando escaleras abajo, pasando fugazmente por el salón y viendo que sus temores se habían cumplido, en él no estaban ni Anastasia ni el Inquisidor beodo.

-¿Se marcha señor?- dijo el tabernero.
-¡Espero que no!- contestó a toda prisa mientras cruzaba el umbral de la puerta.

Allí estaban el Inquisidor, que apenas se tenía en pie y Anastasia con su arco y las piernas temblorosas, Albert cerró la puerta tras de sí.  Al verlo salir la chica disparó sin pensárselo dos veces, pero la débil flecha se hizo pedazos al golpear contra la metàlica y recubierta de cerveza derramada armadura del Inquisidor. Al notar el disparo el Inquisidor se puso en guardia, despejando completamente su mente y preparándose para pedir explicaciones a esa insolente muchacha. Rápidamente Albert se situó en medio de los dos.

- Perdónala, no sabe lo que hace, es una niña.- dijo Albert tratando de calmar al Inquisidor. Este bajó su espada asintiendo a las palabras de paz del muchacho, pero otra flecha pasó rozando la cara de los dos hombres. El Inquisidor cogió su espadón a dos manos y se dirigió amenazante contra Anastasia. Albert sacó su espada y trató de detenerlo pero un manotazo del Inquisidor lo mandó contra el húmedo suelo de la calle, haciendole algun moraton en el tronco. Siguió su paso hasta llegar a la chica que cayó inconsciente contra las baldosas tras un fuerte golpe de la empuñadura del Inquisidor.

Albert se recuperó de su caída, al ver como dejaba tendida en el suelo a la pobre chica se lanzó cegado por la ira gritó con todas sus fuerzas y le clavó la espada al Inquisidor, atravesandole el cuello. La escasa fuerza del hombre hizo que el golpe no fuese letal. Albert movió varias veces la espada mientras el Inquisidor se ahogaba en su propia sangre, silenciando así su último aliento y dejándole caer inerte en el suelo, en un charco de sangre. La gente gritó, había una docena, si no más, de habitantes del pueblo que habían salido a la calle al oír el revuelo. Murmullos y algún grito se oyeron entre la multitud que empezó a pelearse entre sí, algunos para atrapar a Albert y otros para defenderlo.

Aprovechando el tumulto creado por la gente cogió el espadón y la bolsa del Inquisidor, a la chica todavía inconsciente y huyó tan rápido como pudo hacia el bosque. Se adentró en él tanto como pudo y buscó una zona bien tupida donde resguardarse, ya que con tanto peso no podría proseguir mucho más la marcha. Des de lo alto de la ladera vió como algunos pueblerinos habían encendido antorchas y se dirigían en su búsqueda. Pasaron de largo varias veces por delante de su escondite y al cabo de unas horas decidieron que ya estaba demasiado lejos como para atraparle.

Una vez pasada la efervescencia del momento, Albert rebuscó en la bolsa del Inquisidor y le dió una poción curativa a Anastasia, pero ésta permaneció inconsciente aunque su vida ya no correría peligro. Luego examinó detenidamente la espada que había cogido y vió como encima de la empuñadura, grabado en la hoja tenía el símbolo de la Inquisición. Cogió una piedra y rítmicamente empezó a borrar el símbolo mientras permanecía atento en la oscuridad de la noche.

dimarts, 24 de febrer del 2015

Forbidden Lands, El Inicio, Capitulo II: El bosque y la hija del herrero.


Dos días pasó Albert vagando sin rumbo por el bosque, escondido, perdido, destrozado. Intentaba dormir pero o bien tenía demasiado miedo, o demasiada hambre y cuando lo conseguía las pesadillas lo atormentaban hasta hacerle despertar entre sudores fríos y jadeos. Perder a tus seres queridos siempre es duro, pero más cuando te los arrebatan. Se miró el brazo izquierdo varias veces durante esos dos dias. ¿Esa mancha del brazo era el motivo de la masacre de su pueblo? Le atormentaba, incluso soñó varias veces que se la arrancaba y luego la mancha le consumía…


Al borde de la inanición y la locura Albert emprendió un camino del bosque en busca de leña o algo que llevarse a la boca. Algo sonó entre unos arbustos a su derecha. Desenfundó su espada y se puso alerta. Entró en los matorrales. Se escondió detràs de un arbol. Un conejo salió disparado de uno de los arbusto, pero cuando Albert se estaba relajando una flecha lo atravesó, matándolo al instante.

Albert salió de golpe de detrás del árbol dispuesto a acabar con quien fuese que amenazaba su huída del mundo real. Allí estaba ella, temblando como una hoja en otoño apuntando al joven con un arco mal tensado -¡¿Quién eres?!- Gritó ella asustada con la voz temblorosa y las piernas flaqueando. Albert la observó sin moverse, estando alerta de no recibir otro disparo tan certero como el que había asestado al conejo. Supo al verla que era Anastasia, la hija del herrero del pueblo. La joven chica tenía el pelo lleno de hojas, ramas y barro. Su blanca piel estaba también cubierta de mugre y con algún que otro rasguño que parecía infectado ya. Sus ojos de color roble temblaban con el brillo previo al llanto y sus finos labios no sabían cómo mantenerse más apretados. Era evidente que la adrenalina había nublado su juicio.

-Soy Alber, del pueblo, ¿me recuerdas?… Se lo que ha pasado… Tranquila... - Dijo él  levantando las manos y dejando la espada en el suelo en son de paz. La posición de la chica fué la misma durante unos instantes, pero poco a poco se dió cuenta de quien era el hombre de detrás del árbol.

-¿Albert…? ¿Del pueblo...?Yo.. mi padre… ellos…- Las llamas seguían aún reflejándose en sus ojos.
-Lo sé… Tranquila...-dijo él tratando de calmarla mientras se le acercaba muy lentamente, mientra ella descansaba el arco y mantenía la mirada fija en él, su ira e impotencia estallaron sobre Albert.

-¡¿Y ahora qué?! No tengo casa.... No tengo familia... ¡Me lo han quitado todo! ¡Yo no he hecho nada para merecer esto!- Albert recibió los gritos de la muchacha, que resbalaron como el lodo en sus botas.

-Deberías buscar un sitio donde resguardarte, comer y descansar. El bosque no es un lugar para vivir eternamente. -Siguiendo sus propios consejos Albert recogió la espada del suelo, la enfundó y se dirigió hacía la salida del bosque, dejando Verim a su espalda.

Al poco de avanzar entre la maleza vio como la chica le seguía. Él se detuvo, y la miró; ella se detuvo también y le mantuvo la mirada. Él prosiguió la marcha mirando que hacía la muchacha. Se dio cuenta de que le seguía. Se paró de nuevo, la miró otra vez: -¿Que haces?- le preguntó él. Ella simplemente se encogió de hombros, dando poca importáncia al asunto. Él retomó el paso y suspiró profundamente, negando con la cabeza y encaminándose al pueblo más cercano. Albert calculó más de medio día de viaje has Taneo si seguían avanzando por caminos secundarios. El camino era abrupto, como los comentarios arisco de Anastassia hacia los intentos de mantener una conversación por parte del humano. Finalmente, ella dio el primer paso:

- ¿Conocías a mi padre?- preguntó ella con voz temblorosa. Él la miró, asintiendo. Se detuvo un momentáneamente para hablar con ella,  comprobando que no había peligro, mirando aquí y allí de tanto en tanto.

-Todo el mundo lo conocía. Era el mejor herrero del pueblo. Ella calló. Una lágrima recorrió su sucia mejilla. Prosiguieron la marcha poco rato más en silencio y por fin divisaron el pueblo a los pies de la colina. Taneo estaba bien cerca.

dilluns, 23 de febrer del 2015

Forbidden Lands,El Inicio, Capitulo I: Fuego y lágrimas al atardecer.


Albert se dirigía de vuelta a Verim, su pueblo natal, cuando tras salir de un giro que daba el camino sus ojos empezaron a picarle. Un fuerte olor a quemado le penetró por la nariz, haciéndole venir arcadas. “Demasiados dias comiendo raíces…” pensó, pero pronto vió que el humo procedía de su querida villa. Un relincho de caballos lo distrajo un momento de sus preocupaciones; rápidamente Albert se escondió en un arbusto cercano al camino. Una avanzada de la Inquisición pasó delante del hombre a toda velocidad, dejando el pueblo en llamas detrás de sí. “Oh no…!” se dijo a sí mismo temiendo lo peor.

Corrió tan rápido como pudo, tapándose la cara como podía del humo, el hedor a carne y paja quemada le revolvía el estomago, pero no había tiempo que perder. Corrió desesperado hasta su casa, el corazón en un puño.

-¡Nayeco! -gritó. Tosió por culpa del humo, con el brazo cubriendole la boca y la nariz llegó a la puerta de su casa, encendida en fuego. Tiró la puerta al suelo, el ruido sordo que produjo la madera al caer fue el mismo que produjo su corazón al partirse. Ahí yacian su mujer y su hija, en un charco de sangre caliente, el cuello rajado a sangre fría, con el fuego que empezaba a prender sus ropas.

El joven hombre se desplomó de rodillas en el suelo, lágrimas le caían por la mejilla, la impotencia solo era superada por la rabia. -¡No!. -Un grito sordo salió de su garganta ¿¡Qué daños os han hecho ellas! ¿¡Por qué!?. De pronto un ruido procedente del exterior de la casa alertaron al desconsolado Albert. Salió envuelto en ira a ver de que se trataba, si eran los Inquisidores, pagarían lo que acababan de hacer.

Al salir se encontró con el viejo Zosenheim, arrastrándose encima de sus heridas, dejando tras de sí un horrible rastro de sangre. Albert se apresuró a recoger al pobre anciano, el hombre que lo había cuidado cuando cayó del cielo, como todos los manchados.

-¿Qué ha sucedido?- le preguntó el hombre al viejo moribundo. El anciano, sorprendido de encontrar aún con vida a Albert le dijo en sus últimos alientos: -Te buscaban a ti… No es culpa tuya, Albert. Todos sabemos cómo es la Inquisición.
-¿A mí? ¿Por qué? contestó perplejo.
-Ve a Palutena… allí encontrarás respuesta a tus preguntas, hijo mío, ten cuidado, te buscan… - La vida se apagó lentamente en los ojos del anciano, que soltando una última lágrima dejó de apretar con fuerza la camisa del joven, que cada vez estaba más destrozado emocionalmente, al borde del colapso. Le cerró los ojos al cadáver que se enfriaba en sus brazos y lo dejó reposando en el lodo.

Antes de poder seguir con sus lamentos otras voces que le eran desconocidas sonaron unas calles más allá. Se despidió de su família y huyó al bosque con nada más que lo puesto, pero tampoco se veía capaz de hacer otra cosa, así que desolado y sin rumbo partió hacia lo desconocido

Nova novel·la

A partir d'ara començo a novel·lar les transcripcions de les partides de Forbidden Lands del meu personatge l'Albert Zosenheim, per a que disfruteu i de pas en quedi constància, que no només escric merdes emocionals i tal...