Finalmente, con el sol a media altura, los pies llenos de ampollas de tanto caminar y el alma rota, los dos supervivientes de la masacre de Verim llegaron a Taneo. En la plaza central, pasando cerca del campamento Inquisidor, encontraron una taberna, bastante concurrida a esa hora de la tarde.
Al buscar una mesa vacía, Albert se dio cuenta de que había 3 Inquisidores en la taberna. Se sentó en la mesa más alejada que pudo encontrar, cerca de la barra. Las jarras vacías de encima de la mesa denotaban que llevaban bastante tiempo en la taberna. Albert se sentó y le hizo una seña al tabernero para que se acercase. Mientras Anastassia se sentaba Albert tapó como pudo su marca en el brazo.
El tabernero se acercó en cuanto vió a la pareja sentarse, dejando la jarra que estaba limpiando en la barra:
-Bienvenidos ¿En qué puedo ayudarles?- dijo el hombre con un tono amable, pese al hedor de los viajeros.
-Gracias. Me gustaría alquilar una habitación si tienen libres. Solo para esta noche, si es posible- Albert hizo todos sus esfuerzos para parecer alguien decente a pesar de su aspecto, que era deplorable, pero no tanto como el de su acompañante.
-Mmmm… tienes mucha suerte, tengo una habitación solamente. Es algo pequeña pero económica- contestó el tabernero, como intuyendo el poco dinero que llevaban entre los dos.
Albert miró a Anastassia, ofreciéndole a ella la estancia. A lo que ella contestó:-Sí pagamos juntos nos saldrá mejor a los dos- mientras sacó el dinero. Él asintió y sacó su dinero:- Nos la quedamos.
-Por un módico precio, amigos, os incluyo además la cena de hoy- Albert sabía que estaban pagando de más por una cama que a lo mejor no utilizaría, pero era necesario guardar las apariencias: -Pues inclúyela y nos tomaremos una cena caliente-.
El tabernero volvió tras la barra, llenó dos cuencos con una especie de estofado y acto seguido se los dejó en la mesa, junto a un par de cucharas y unas llaves.
Ambos empezaron a comer con ansias, pero la chica parecía que realmente había comido mal estos últimos dias en el bosque, puesto que devoró el plato en cuestión de segundos. Tal vez la caza no se le de tan bien como yo creía… se dijo Albert.
Los Inquisidores se levantaron en cuanto acabaron sus jarras, dejando tumbado con la cabeza en la mesa a un al tercero de ellos, bastante borracho. Se mofaban de él, como si les divirtiera su estado deplorable, balbuceando cosas ininteligibles.
-¡Jajajaja! Déjale ahí. No se va a enterar de que nos hemos ido hasta mañana- dijo uno de ellos. Él otro simplemente asintió y ambos se marcharon. Entonces Albert decidió actuar. Envió a Anastassia a la habitación y ése sentó en la mesa del Inquisidor borracho.
Ocultando con todas sus fuerzas la ira y el odio que le roían el corazón, Albert trató de parecer lo más amigable que le fué posible:
-Amigo, veo que te han dejado solo. ¿Te invito a una ronda?- al escuchar esas palabras una enorme sonrisa se esbozó en los labios del Inquisidor, que levantó de golpe la cabeza de encima de la mesa.
-¡Puesh clar...ro!- contestó el borracho, golpeando con su jarra vacía encima de la mesa. Albert pidió dos cervezas y pagó al tabernero; antes de que las jarra tocaran la mesa el Inquisidor cogió una de ellas de un zarpazo y empezó a tragarla cómo si no necesitara respirar. El Inquisidor confundió sin duda a Albert con uno de sus compañeros. Albert empezó a hacerle preguntas sobre lo sucedido en Verim, controlando su ira para no hacer añicos la cabeza del Inquisidor con la mesa. Aprovechando su situación de ventaja, Albert siguió haciéndose pasar por Inquisidor para descubrir lo ocurrido en su pueblo, aunque pronto se dió cuenta de que, pese haber sido los autores de la atrocidad, solo cumplian ordenes.
- A veces no me acostumbro a esto- dijo Albert tratando de buscar la motivación del Inquisidor. - No han hecho nada malo esas personas.
-Ya… cuesta- dijo el Inquisidor -Pero las órdenes son órdenes. Si los de arriba nos dicen que hagamos esto, debemos hacerlo. Además teníamos que encontrar al manchado- susurró las últimas palabras, tratando de bajar voz. La búsqueda de Albert era un secreto que sólo los Inquisidores podían conocer.
Albert decidió dar por terminada la conversación, dejando al beodo Inquisidor con sus últimos sorbos de cerveza y se dirigió hasta la habitación donde estaba Anastasia. La muchacha le esperaba expectante.
-¿Cómo ha ido? ¿Han sido ellos? - la voz de la chica temblaba. Una mezcla de miedo y ansia se apoderaba de ella. Temblaba como la última hoja de una rama en otoño, azotada por un viento de sentimientos cada vez más fuertes.
-Sí, han sido ellos… -contestó Albert abatido. Y antes de darse cuenta, Anastasia trataba de salir por la puerta con la mira perdida. Él la cogió del brazo.
-¡Suéltame! - gritó ella. Albert le tapó la boca y se acercó a ella. Sus caras casi se tocaban, podía notar como le estaba apretando el brazo demasiado fuerte, pero él tampoco pasaba por el mejor de sus momentos.
-No cometas ninguna locura. - luego la soltó, dejando su mano marcada en su blancuzco brazo. Anastasia bajó las escaleras. Acto seguido Albert supo que había cometido un gran error al dejarla salir de la habitación. ¡No había visto cómo cogía su arco!
-¡Mierda!- se dijo a sí mismo, cogió todas sus cosas y salió por la puerta trotando escaleras abajo, pasando fugazmente por el salón y viendo que sus temores se habían cumplido, en él no estaban ni Anastasia ni el Inquisidor beodo.
-¿Se marcha señor?- dijo el tabernero.
-¡Espero que no!- contestó a toda prisa mientras cruzaba el umbral de la puerta.
Allí estaban el Inquisidor, que apenas se tenía en pie y Anastasia con su arco y las piernas temblorosas, Albert cerró la puerta tras de sí. Al verlo salir la chica disparó sin pensárselo dos veces, pero la débil flecha se hizo pedazos al golpear contra la metàlica y recubierta de cerveza derramada armadura del Inquisidor. Al notar el disparo el Inquisidor se puso en guardia, despejando completamente su mente y preparándose para pedir explicaciones a esa insolente muchacha. Rápidamente Albert se situó en medio de los dos.
- Perdónala, no sabe lo que hace, es una niña.- dijo Albert tratando de calmar al Inquisidor. Este bajó su espada asintiendo a las palabras de paz del muchacho, pero otra flecha pasó rozando la cara de los dos hombres. El Inquisidor cogió su espadón a dos manos y se dirigió amenazante contra Anastasia. Albert sacó su espada y trató de detenerlo pero un manotazo del Inquisidor lo mandó contra el húmedo suelo de la calle, haciendole algun moraton en el tronco. Siguió su paso hasta llegar a la chica que cayó inconsciente contra las baldosas tras un fuerte golpe de la empuñadura del Inquisidor.
Albert se recuperó de su caída, al ver como dejaba tendida en el suelo a la pobre chica se lanzó cegado por la ira gritó con todas sus fuerzas y le clavó la espada al Inquisidor, atravesandole el cuello. La escasa fuerza del hombre hizo que el golpe no fuese letal. Albert movió varias veces la espada mientras el Inquisidor se ahogaba en su propia sangre, silenciando así su último aliento y dejándole caer inerte en el suelo, en un charco de sangre. La gente gritó, había una docena, si no más, de habitantes del pueblo que habían salido a la calle al oír el revuelo. Murmullos y algún grito se oyeron entre la multitud que empezó a pelearse entre sí, algunos para atrapar a Albert y otros para defenderlo.
Aprovechando el tumulto creado por la gente cogió el espadón y la bolsa del Inquisidor, a la chica todavía inconsciente y huyó tan rápido como pudo hacia el bosque. Se adentró en él tanto como pudo y buscó una zona bien tupida donde resguardarse, ya que con tanto peso no podría proseguir mucho más la marcha. Des de lo alto de la ladera vió como algunos pueblerinos habían encendido antorchas y se dirigían en su búsqueda. Pasaron de largo varias veces por delante de su escondite y al cabo de unas horas decidieron que ya estaba demasiado lejos como para atraparle.
Una vez pasada la efervescencia del momento, Albert rebuscó en la bolsa del Inquisidor y le dió una poción curativa a Anastasia, pero ésta permaneció inconsciente aunque su vida ya no correría peligro. Luego examinó detenidamente la espada que había cogido y vió como encima de la empuñadura, grabado en la hoja tenía el símbolo de la Inquisición. Cogió una piedra y rítmicamente empezó a borrar el símbolo mientras permanecía atento en la oscuridad de la noche.
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