dilluns, 23 de febrer del 2015

Forbidden Lands,El Inicio, Capitulo I: Fuego y lágrimas al atardecer.


Albert se dirigía de vuelta a Verim, su pueblo natal, cuando tras salir de un giro que daba el camino sus ojos empezaron a picarle. Un fuerte olor a quemado le penetró por la nariz, haciéndole venir arcadas. “Demasiados dias comiendo raíces…” pensó, pero pronto vió que el humo procedía de su querida villa. Un relincho de caballos lo distrajo un momento de sus preocupaciones; rápidamente Albert se escondió en un arbusto cercano al camino. Una avanzada de la Inquisición pasó delante del hombre a toda velocidad, dejando el pueblo en llamas detrás de sí. “Oh no…!” se dijo a sí mismo temiendo lo peor.

Corrió tan rápido como pudo, tapándose la cara como podía del humo, el hedor a carne y paja quemada le revolvía el estomago, pero no había tiempo que perder. Corrió desesperado hasta su casa, el corazón en un puño.

-¡Nayeco! -gritó. Tosió por culpa del humo, con el brazo cubriendole la boca y la nariz llegó a la puerta de su casa, encendida en fuego. Tiró la puerta al suelo, el ruido sordo que produjo la madera al caer fue el mismo que produjo su corazón al partirse. Ahí yacian su mujer y su hija, en un charco de sangre caliente, el cuello rajado a sangre fría, con el fuego que empezaba a prender sus ropas.

El joven hombre se desplomó de rodillas en el suelo, lágrimas le caían por la mejilla, la impotencia solo era superada por la rabia. -¡No!. -Un grito sordo salió de su garganta ¿¡Qué daños os han hecho ellas! ¿¡Por qué!?. De pronto un ruido procedente del exterior de la casa alertaron al desconsolado Albert. Salió envuelto en ira a ver de que se trataba, si eran los Inquisidores, pagarían lo que acababan de hacer.

Al salir se encontró con el viejo Zosenheim, arrastrándose encima de sus heridas, dejando tras de sí un horrible rastro de sangre. Albert se apresuró a recoger al pobre anciano, el hombre que lo había cuidado cuando cayó del cielo, como todos los manchados.

-¿Qué ha sucedido?- le preguntó el hombre al viejo moribundo. El anciano, sorprendido de encontrar aún con vida a Albert le dijo en sus últimos alientos: -Te buscaban a ti… No es culpa tuya, Albert. Todos sabemos cómo es la Inquisición.
-¿A mí? ¿Por qué? contestó perplejo.
-Ve a Palutena… allí encontrarás respuesta a tus preguntas, hijo mío, ten cuidado, te buscan… - La vida se apagó lentamente en los ojos del anciano, que soltando una última lágrima dejó de apretar con fuerza la camisa del joven, que cada vez estaba más destrozado emocionalmente, al borde del colapso. Le cerró los ojos al cadáver que se enfriaba en sus brazos y lo dejó reposando en el lodo.

Antes de poder seguir con sus lamentos otras voces que le eran desconocidas sonaron unas calles más allá. Se despidió de su família y huyó al bosque con nada más que lo puesto, pero tampoco se veía capaz de hacer otra cosa, así que desolado y sin rumbo partió hacia lo desconocido

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