Dos días pasó Albert vagando sin rumbo por el bosque, escondido, perdido, destrozado. Intentaba dormir pero o bien tenía demasiado miedo, o demasiada hambre y cuando lo conseguía las pesadillas lo atormentaban hasta hacerle despertar entre sudores fríos y jadeos. Perder a tus seres queridos siempre es duro, pero más cuando te los arrebatan. Se miró el brazo izquierdo varias veces durante esos dos dias. ¿Esa mancha del brazo era el motivo de la masacre de su pueblo? Le atormentaba, incluso soñó varias veces que se la arrancaba y luego la mancha le consumía…
Al borde de la inanición y la locura Albert emprendió un camino del bosque en busca de leña o algo que llevarse a la boca. Algo sonó entre unos arbustos a su derecha. Desenfundó su espada y se puso alerta. Entró en los matorrales. Se escondió detràs de un arbol. Un conejo salió disparado de uno de los arbusto, pero cuando Albert se estaba relajando una flecha lo atravesó, matándolo al instante.
Albert salió de golpe de detrás del árbol dispuesto a acabar con quien fuese que amenazaba su huída del mundo real. Allí estaba ella, temblando como una hoja en otoño apuntando al joven con un arco mal tensado -¡¿Quién eres?!- Gritó ella asustada con la voz temblorosa y las piernas flaqueando. Albert la observó sin moverse, estando alerta de no recibir otro disparo tan certero como el que había asestado al conejo. Supo al verla que era Anastasia, la hija del herrero del pueblo. La joven chica tenía el pelo lleno de hojas, ramas y barro. Su blanca piel estaba también cubierta de mugre y con algún que otro rasguño que parecía infectado ya. Sus ojos de color roble temblaban con el brillo previo al llanto y sus finos labios no sabían cómo mantenerse más apretados. Era evidente que la adrenalina había nublado su juicio.
-Soy Alber, del pueblo, ¿me recuerdas?… Se lo que ha pasado… Tranquila... - Dijo él levantando las manos y dejando la espada en el suelo en son de paz. La posición de la chica fué la misma durante unos instantes, pero poco a poco se dió cuenta de quien era el hombre de detrás del árbol.
-¿Albert…? ¿Del pueblo...?Yo.. mi padre… ellos…- Las llamas seguían aún reflejándose en sus ojos.
-Lo sé… Tranquila...-dijo él tratando de calmarla mientras se le acercaba muy lentamente, mientra ella descansaba el arco y mantenía la mirada fija en él, su ira e impotencia estallaron sobre Albert.
-¡¿Y ahora qué?! No tengo casa.... No tengo familia... ¡Me lo han quitado todo! ¡Yo no he hecho nada para merecer esto!- Albert recibió los gritos de la muchacha, que resbalaron como el lodo en sus botas.
-Deberías buscar un sitio donde resguardarte, comer y descansar. El bosque no es un lugar para vivir eternamente. -Siguiendo sus propios consejos Albert recogió la espada del suelo, la enfundó y se dirigió hacía la salida del bosque, dejando Verim a su espalda.
Al poco de avanzar entre la maleza vio como la chica le seguía. Él se detuvo, y la miró; ella se detuvo también y le mantuvo la mirada. Él prosiguió la marcha mirando que hacía la muchacha. Se dio cuenta de que le seguía. Se paró de nuevo, la miró otra vez: -¿Que haces?- le preguntó él. Ella simplemente se encogió de hombros, dando poca importáncia al asunto. Él retomó el paso y suspiró profundamente, negando con la cabeza y encaminándose al pueblo más cercano. Albert calculó más de medio día de viaje has Taneo si seguían avanzando por caminos secundarios. El camino era abrupto, como los comentarios arisco de Anastassia hacia los intentos de mantener una conversación por parte del humano. Finalmente, ella dio el primer paso:
- ¿Conocías a mi padre?- preguntó ella con voz temblorosa. Él la miró, asintiendo. Se detuvo un momentáneamente para hablar con ella, comprobando que no había peligro, mirando aquí y allí de tanto en tanto.
-Todo el mundo lo conocía. Era el mejor herrero del pueblo. Ella calló. Una lágrima recorrió su sucia mejilla. Prosiguieron la marcha poco rato más en silencio y por fin divisaron el pueblo a los pies de la colina. Taneo estaba bien cerca.